Durante siglos, la sociedad hizo pagar a los enfermos
mentales un precio muy caro por su mal. Su extraño comportamiento ha provocado
la cruel hostilidad de la ignorancia. En los primeros tiempos del cristianismo
se creía que estaban poseídos por el demonio, y se les abandonaba a su suerte,
aunque los monasterios daban albergue a algunos. En el siglo XV, el abandono se
convirtió en persecución activa: se les torturaba y se les quemaba vivos. Pese
a que con el Renacimiento se empezó a achacar la locura a causas físicas,
todavía se la consideraba un justo castigo, quizá por una vida inicua. Los
locos eran encarcelados, y se loes encadenaba al suelo. Sólo al principiar el
siglo pasado, los nuevos médicos y el descubrimiento del inconsciente abrieron
la puerta para comprender estas dolencias. El tratamiento compasivo que dan hoy
muchos hospitales es un tardío reconocimiento de que las fuerzas que los acosan, nos acosan a todos.
La Edad Media heredó de los griegos y romanos la
creencia de que los enfermos mentales estaban poseídos por los demonios, pero
los antiguos los trataban con bondad y ceremonias religiosas. Con la caída del
Imperio Romano t la ruina de las instituciones sociales, no se tuvo ningún
cuidado de los locos, que con frecuencia tenían que esconderse en los bosques.
Los monasterios eran su único refugio, y la oración su principal tratamiento
curativo, y en esta época de fe vigorosa, el exorcismo y la curación por la fe
solían ser eficaces.
Pero el siglo XV, la fe, acosada, se había puesto a la
defensiva. Las guerras, el caos y la peste negra provocaron epidemias de locura
-danzas, delirios colectivos- que, a su vez, llevaron a cacerías de brujas en
masa. La Inquisición sostenía que locos y locas eran brujos peligrosos. Si la
tortura no expulsaba al diablo, se recurriría al fuego.
En el Renacimiento, la autoridad secular sustituyó a
la eclesiástica en muchos aspectos de la vida. Los monasterios dejaron el
cuidado de los enfermos mentales a la sociedad, que se limitó a encarcelarlos.
En 1547, el monasterio londinense de Santa María de Belén se convirtió en el
hospital municipal llamado Bedlam (manicomio, en inglés). En él, como en casi
todos los manicomios, se encadenaba a los locos entre los delincuentes, sin que
eso inquietara a la sociedad. Los guardias golpeaban a los furiosos; a otros
les aplicaban sangrías, vejigatorios o purgas. En el siglo XIX, algunos
médicos, aunque desconcertados por la enfermedad, se esforzaron por mejorar las
condiciones de vida. El Doctor Benjamín Rush, que hacia 1800 instituyó el
primer curso de psiquiatría en los Estados Unidos, daba a los enfermos cuartos
calientes y enfermeros humanos. Pero aun a él lo engañó la ignorancia de la
época: "Sangrándolos hasta que perdían el conocimiento, (los locos) se
curaban".
En 1793, en un París que bullía con ideas
revolucionarias, Phillippe Pinel fue nombrado médico de Bicêtre, infierno al
que la ciudad arrojaba a los locos. Pinel tenía sus teorías revolucionarias,
una de las cuales era librar a los enfermos de sus cadenas. Cuando habló de sus
planes con el comisario de prisiones, éste le preguntó: "¿No está usted
loco también para liberar a estas bestias?" Pinel respondió: " Tengo
la convivió de que la gente no es incurable si se le da aire y libertad".
Y dio las dos cosas s sus pacientes. La primera "bestia" que liberó
había vivido encadenada y a oscuras 40 años. Al ver el cielo, exclamó:
"¡Qué hermoso!" La segunda encadenada 10, sanó y se convirtió en el
guardaespaldas de Pinel.
Al ver justificadas sus teorías en Bicêtre, Pinel
procedió a reformar la Salpêtrière, hospital de París para locas. Organizó
ejercicios, conciertos, lecturas y visitas de los amigos. Pinel, el reformador
más destacado de su época, no fue el único. Durante el mismo periodo, Vicenzio
Chiarugi, en Italia, liberaba a los locos de sus cadenas, y en Inglaterra, el
Asilo Cuáquero de York trataba con humanidad a los enfermos mentales.
Quintero Ramos Noemí Patricia
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